Un Nuevo Himno Nacional.

Eustacio Gutiérrez Corona

Como registra la historia, el Himno Nacional Mexicano, que actualmente entonamos para conmemorar o celebrar un acto solemne, representativo del sentimiento nacionalista y patriótico de nuestro pueblo, nació durante el último gobierno del general Antonio López de Santa Anna, y fue interpretado por vez primera el 15 de septiembre de 1854 en el Teatro Santa Anna, que después cambió su nombre por el de Teatro Nacional.

Sin embargo, la letra de nuestro canto oficial no refleja realmente el sentimiento ni la idiosincrasia del pueblo mexicano que siempre se ha caracterizado, al igual que todas las naciones que aman la libertad y la paz, por el rechazo de la fuerza y las armas como medios para resolver los conflictos, ya que en su texto encontramos una gran cantidad de palabras que, en la práctica, constituyen una verdadera apología de la guerra como forma de defender la soberanía del país antes que la fuerza de la razón y la justicia, antes que el combate a la pobreza y la ignorancia.

Incluye palabras muy complicadas o en desuso para los tiempos modernos, incomprensibles para el común de la gente como: “el acero aprestad y el bridón, blasones, horrísonos y hórrido estruendo”, que se encuentran contenidas en su texto original y que aparece transcrito en el artículo 57 de la Ley Sobre el Escudo, La Bandera y el Himno Nacionales.

Además, nuestro himno no es en su totalidad producto del talento de autores mexicanos, pues su música fue compuesta por Jaime Nunó, compositor catalán nacido en San Juan de las Abadesas, España; y su letra fue escrita por Francisco González Bocanegra, poeta y dramaturgo potosino, hijo de padre español y madre mexicana.

Es pertinente, por tanto, crear un nuevo Himno Nacional que haga evidente la forma de sentir del pueblo mexicano, que contenga palabras que hablen de paz y libertad pero no de guerra; que promueva el respeto universal de los derechos humanos; que no incluya vocablos aparatosos o incomprensibles para el común de la gente y principalmente para la niñez mexicana.

Las palabras sencillas y claras, breves y precisas, no riñen con la dignidad intelectual de quienes las escuchan o profieren, y pueden ser al mismo tiempo profundas o de gran contenido filosófico, lo que no advertimos, por cierto, en el texto del himno que aún seguimos cantando y que a veces parece interminable y hace sufrir nuestra memoria; un himno que también a veces parece que entonamos con desgano o compromiso; sin sentirlo como lo sentimos, por ejemplo, cuando nos encontramos lejos de la patria.

 No se pretende romper o acabar con una tradición que quizás para muchos pudiera significar la profanación de una obra sagrada e intocable, que contiene el más puro sentimiento nacionalista de los mexicanos, toda vez que este sentimiento, más que encontrarse en la letra o la música de una canción, se encuentra en el alma y la sangre de quienes amamos realmente a nuestro país.

 Sin que por ello tengamos por siempre la obligación de conservar una letra que si bien pudo tener explicación y justificación en su tiempo (por la guerra que nuestro país sostuvo con los Estados Unidos entre 1846 y 1848, y en los albores de la invasión francesa en 1862), no denota, como se dijo, la forma de ser del pueblo mexicano.

Inclusive, los himnos de algunos países con gran poderío militar contienen en sus estrofas palabras que exaltan la libertad, unión y concordia entre las naciones, tales como: “Desplegará su hermosura estrellada sobre tierra de libres la bandera sagrada”, contenidas en el himno de los Estados Unidos; “Sé gloriosa, nuestra patria libre, la eterna unión de pueblos y hermanos”, comprendidas en el himno de Rusia; y “Señor, has ver a las naciones que los hombres son hermanos”, que se leen en el himno del Reino Unido.

Eustacio Gutiérrez Corona

Ciudad Juárez, Chih.

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