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Superficie de mármol

La visita presidencial a Ciudad Juárez: discursos oficiales frente a una realidad que no cambia.

  • Foto del escritor: APCJ
    APCJ
  • 29 sept
  • 3 Min. de lectura
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Por Janeth Escobedo Román

Analista Política.


La reciente visita de la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo a Ciudad Juárez, en el marco de un informe de gobierno, se presentó como un acto solemne de reconocimiento a los avances en programas sociales y seguridad. A su lado, la Gobernadora de Chihuahua, María Eugenia Campos Galván, y el Presidente municipal, Cruz Pérez Cuéllar, acompañaron el evento con mensajes de unidad y coordinación. Los discursos oficiales, cargados de promesas y cifras alentadoras, buscaron transmitir la idea de un Juárez que avanza y de una frontera que recupera su fortaleza.

 

Se habló de crecimiento económico, de inversiones en infraestructura y de un reforzamiento en la estrategia de seguridad. Se presumió la implementación de programas sociales dirigidos a jóvenes y familias en situación de vulnerabilidad, así como la intención de consolidar proyectos que fortalezcan a la frontera como motor del país. Todo se presentó en un escenario ordenado y solemne, cuidadosamente diseñado para enviar un mensaje de optimismo y estabilidad.

 

Sin embargo, el contraste con la realidad diaria de las y los juarenses fue inevitable. Las palabras desde el estrado no alcanzan a cubrir los vacíos que siguen marcando la vida en la frontera: la violencia que no cede y que en muchos barrios se ha normalizado; los feminicidios y desapariciones que permanecen como una herida abierta y que no encuentran justicia; la desigualdad que atraviesa colonias enteras donde falta alumbrado, transporte digno o servicios básicos; y la ausencia de inversión estructural que garantice un futuro más seguro y digno para la población.

 

La presencia de Claudia Sheinbaum Pardo, María Eugenia Campos Galván y Cruz Pérez Cuéllar deja claro que no se trata solo de responsabilidades federales o estatales, sino también municipales. Los tres niveles de gobierno cargan con una deuda histórica hacia Juárez, una ciudad que durante décadas ha sido vitrina de promesas incumplidas. El abandono no empezó ayer ni terminará con un acto protocolario. Se habla de seguridad, pero las familias siguen viviendo con miedo de salir de noche. Se presume desarrollo económico, mientras miles de trabajadores de maquila enfrentan salarios bajos, largas jornadas y condiciones precarias. Se presume cercanía con la gente, pero los colectivos de búsqueda, las madres de desaparecidas y los ciudadanos siguen sin ser escuchados con la urgencia y la dignidad que merecen.

 

La visita, más allá del simbolismo político, deja preguntas abiertas: ¿Qué tanto se traduce un discurso en acciones concretas? ¿Qué cambia realmente en la vida cotidiana de los juarenses después de que la caravana oficial se marcha y los reflectores se apagan? Lo cierto es que Juárez se ha convertido en escenario recurrente para mostrar voluntad política, pero rara vez en espacio real de transformación.

 

Lo que se vio fue un acto cuidadosamente planeado, con discursos oficiales, cifras de aparente mejora y un escenario que buscaba transmitir optimismo. Lo que no se vio fueron los rostros de las víctimas, los reclamos de los colectivos, ni la voz de quienes cada día enfrentan la inseguridad y la precariedad. Entre la gente hubo quienes recibieron la visita con esperanza, aferrándose a la idea de que algo puede mejorar, pero también quienes la miraron con escepticismo, recordando que en Juárez las promesas suelen desvanecerse apenas se apagan los reflectores. Las madres que buscan a sus hijas, los trabajadores que esperan un salario justo, los jóvenes que temen a la violencia, no encuentran en un discurso la respuesta a sus necesidades.

 

Ciudad Juárez no exige promesas nuevas, sino el cumplimiento de aquellas que llevan años repitiéndose. Las y los juarenses no esperan discursos, esperan justicia, seguridad y oportunidades. El verdadero informe de gobierno no se lee en un estrado, sino en las calles, en las colonias y en los hogares que día a día enfrentan la desigualdad y la violencia.

 

Porque en Juárez, la esperanza no cabe en un discurso: exige hechos.


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