Jueves negro: el día que el miedo paralizó a Ciudad Juárez.
- APCJ

- 12 ago
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 12 ago

Janeth Escobedo Román,
Analista política.
"El 11 de agosto de 2022, el sol se ocultó antes de tiempo y la noche llegó vestida de luto."
Tres años se cumplen desde que el crimen organizado tomó el control de la ciudad, aquel 11 de agosto de 2022 que quedó grabado como una herida en la memoria de Ciudad Juárez. Fue un día que no se borrará con el paso del tiempo. Fue el día en que la violencia dejó de ser un rumor lejano y se volvió una sombra que cubrió cada rincón.
Todo comenzó alrededor de las tres de la tarde, dentro del Cereso No. 3. Lo que inició como un motín orquestado por Ernesto Alfredo Piñón de la Cruz, alias “El Neto”, se convirtió en el detonante de una serie de ataques que se extendieron más allá de los muros del penal. En cuestión de horas, las calles se transformaron en un campo de miedo.
Ese jueves, la ciudad fue tomada. Once personas inocentes murieron. Once historias que se apagaron sin aviso: un niño que acompañaba a su padre al trabajo, cuatro personas que cumplían con su deber, una cajera, una joven en busca de empleo, personas sorprendidas por el fuego y las balas. Ninguno de ellos buscó la violencia, pero la violencia los encontró.
Los ataques se multiplicaron. Tiendas incendiadas, vehículos calcinados, disparos en lugares concurridos. Los medios de comunicación pidieron a la población no salir. Las calles, que horas antes estaban vivas, se vaciaron como si alguien hubiera apagado de golpe la luz de la ciudad. Negocios bajaron cortinas, el transporte se detuvo y miles de personas se quedaron resguardadas en sus casas, al pendiente de sus teléfonos para saber qué estaba ocurriendo afuera.
La noche fue larga. Afuera, el eco de las sirenas rompía el silencio; adentro, el miedo se hacía presente en cada casa, mientras la incertidumbre sobre el peligro seguía latente. Al amanecer, la ciudad seguía detenida: escuelas cerradas, locales vacíos, un ambiente espeso de miedo y luto.
El Jueves Negro no fue solo una jornada de violencia. Fue la confirmación de que en Ciudad Juárez el miedo puede imponerse sobre la vida diaria en cuestión de minutos. Fue el recordatorio brutal de que cualquiera, en cualquier lugar, puede convertirse en víctima.
Han pasado tres años y la herida sigue abierta. La justicia no ha sido suficiente para dar paz a las familias. Los nombres de las víctimas no se escuchan en los discursos oficiales, pero siguen vivos en la memoria de quienes las amaron.
Ese día nos robó algo más que vidas: nos robó la confianza, la seguridad, la idea de que la violencia estaba lejos. Nos dejó una verdad que arde: en Juárez, el miedo aprendió a caminar libremente y la impunidad le abrió la puerta.
En Juárez, el miedo encontró un lugar para quedarse aquel jueves. Pero también quedó la semilla de la resistencia, la fuerza de quienes se niegan a vivir bajo la sombra de la violencia. Nuestra ciudad tiene la capacidad de sanar, pero para eso necesitamos enfrentar la impunidad y reconstruir el tejido social que la violencia deshilachó.



Comentarios