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Superficie de mármol

Francisco Toledo, el hombre que rivalizó con Octavio Paz por una mujer

  • Foto del escritor: APCJ
    APCJ
  • 21 sept 2023
  • 3 Min. de lectura

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Consuelo Sáenz


Cada quien tiene su historia, sus intereses,

cada quien hace lo que su corazón le dicta.

Francisco Toledo


Septiembre nunca nos deja indiferentes, transcurrida la primera semana del mes

patrio también se cumplió un aniversario luctuoso más de la muerte del artista

plástico, activista y filántropo, Francisco Toledo, quien falleciera a los 79 años por

cáncer de pulmón el 5 de septiembre de 2019.


Al recordar a Francisco Toledo, llega a mi mente aquella fotografía donde un

extravagante genio de 75 años, cabellos alborotados y camisa azul cielo, corre y

alza un papalote con el rostro impreso de uno de los 43 estudiantes normalistas de

Ayotzinapa. Esa sería una de sus formas de protestar ante un suceso por demás

infame y rastrero: “Si se les busca bajo tierra, también hay que buscarlos en los

aires. Confío en que sigan con vida”, habría dicho, elevando la cometa al viento.

Su solidaridad para con los familiares de los normalistas, su exigencia para con las

autoridades de ajustar cuentas a los ciudadanos y esclarecer los hechos “para que

no volviera a repetirse”, su sensibilidad y servicio fueron una revelación para mí;

por primera vez tomé conciencia de la responsabilidad y verdadera trascendencia

humanística que un artista, de la envergadura de Toledo, debería ofrecer al

mundo. Corría el año de 2014.


El mismo año en que el Foro Económico Mundial informaba que México ocupa el

puesto 80 en Igualdad de género. El mismo año en que diversos movimientos

feministas protestaron bajo el lema de “Yo no soy Ayotzinapa” rivalizando así con

el “exceso de atención” por la desaparición de los estudiantes. El movimiento

feminista lo hacía de nuevo: comparar un hecho trágico en el que las víctimas son


hombres con los feminicidios, pretendiendo, quizá, restarle importancia. Como si

un muerto fuera más importante que otro. Como si un hombre fuera menos

importante que una mujer. Sin embargo, Toledo no reculó y al año siguiente

anunció a los ganadores de la Primera Bienal Internacional de “Carteles por

Ayotzinapa” lanzada por él.


Francisco Toledo nació en Ciudad de México, en la Colonia Tabacalera. Chilango

de nacimiento y juchiteco de corazón. No fue afecto a las entrevistas ni a la

sobreexposición pública. Reservado y de pocas palabras, sin sobreexposiciones ni

escándalos, salvo, en febrero de 2012 cuando fue lanzado en Twitter un ashtag

que decía #MataAFranciscoToledo por oponerse a la construcción de un

distribuidor vial “Cinco señores” en Oaxaca. Pues según sus detractores, Toledo

se oponía a todo, no aceptaba que el progreso requiere de infraestructura y

adaptación a los nuevos tiempos. En abril del mismo año, denuncia ante la PGR

amenazas de muerte provenientes del cártel de Los Zetas. En aquella ocasión,

Toledo descartó que las amenazas de muerte tuvieran un móvil político, pues

siempre se manifestó apartidista, e incluso, sin credencial para votar.


En 1960, el joven Toledo con 20 años de edad viaja a París acompañado por otro

grande, el maestro Rufino Tamayo, quien lo enchufa con coleccionistas, artistas,

escritores, intelectuales y galeristas, permaneciendo durante cinco años en la

Ciudad Luz. En tal ambiente de bohemia creatividad, Toledo conoce a Bona

Tibertelli de Pisis, pintora italiana, quien, para ese entonces, casada con el crítico

literario francés André Pieyre de Mandiargues, sostenía un apasionado idilio con

Octavio Paz ¡Oh la la Menage trois! Entonces, ¿cuál es la ecuación Toledo-Bona-

Mandiargues-Paz? Tan sencillo como llevarse un dulce a la boca, Bona, tras diez

años de intermitente relación con Paz, decide darle la oportunidad al joven Toledo,

a quien llevaba catorce años, al menos por un tiempo.


Destrozado por la traición, Octavio Paz acepta la propuesta como embajador de

México en India. Y se entrega febrilmente a la escritura, y lo demás es lo de

menos.


“Bona planeaba casarse con Paz. Estaba con él y, de repente, llegué yo por

casualidad. Tenía apenas 20 años; ella, 35. ¿Qué se puede esperar de un

muchachito de esa edad? De madurez, nada. […] Bona era una mujer muy bella.

Viajamos. Era 1965, cuando vivió conmigo en Juchitán (sur de México), durante el

tiempo que duró la fiesta de la Candelaria", confesaría Toledo para el libro de

Angélica Abelleyra Se busca un alma: Retrato biográfico de Francisco Toledo,

Editorial: Plaza & Janes, México, 2001.

Sit tibi terra levis, entrañable maestro.

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