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Superficie de mármol

Buque Cuauhtémoc: Una Responsabilidad compartida.

  • Foto del escritor: APCJ
    APCJ
  • 23 may
  • 3 Min. de lectura

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Janeth Escobedo Román

Analista Política.


Lo que ocurrió el pasado 17 de mayo con el Buque Cuauhtémoc no es solamente una tragedia naval; es un espejo que refleja fallas estructurales, negligencia compartida y una cadena de decisiones desafortunadas que terminaron cobrando vidas humanas. El choque del emblemático velero mexicano contra el puente de Brooklyn no debería verse como un accidente aislado, sino como una señal de alarma para repensar los protocolos de seguridad marítima, la responsabilidad internacional y el valor real que le damos a nuestras instituciones y símbolos nacionales.


América Yamilet Sánchez, cadete de 20 años, y Adal Jair Marcos, marino de 22 años, murieron como consecuencia del impacto. América cursaba su tercer año en la Heroica Escuela Naval Militar y soñaba con ser comandante. Adal Jair, originario de Veracruz, llevaba ya dos años de servicio activo. Ambos se encontraban en labores de formación y representación en el marco de una visita diplomática del buque a Estados Unidos. Su muerte no puede explicarse con frases técnicas o comunicados diplomáticos: es un hecho doloroso que exige respuestas y acciones concretas. El hecho de que el Buque Cuauhtémoc —símbolo de diplomacia, formación académica y orgullo nacional— haya sufrido este tipo de accidente bajo la supervisión de un piloto estadounidense, pone sobre la mesa la pregunta que muchos evaden: ¿quién fue realmente responsable?

 

Aunque el Gobierno mexicano ha señalado que el control del buque en el momento de la colisión estaba en manos de un piloto de puerto de Estados Unidos, eso no basta para cerrar el caso. Al contrario, abre un debate aún más urgente: ¿qué protocolos existen cuando una embarcación extranjera depende de autoridades locales? ¿Qué tipo de comunicación se da entre ambos países para prevenir una tragedia de este tipo? ¿Se ignoraron advertencias o se subestimaron riesgos?

 

Los daños materiales, como la ruptura de los mástiles del buque, son graves, pero reparables. Lo que no se puede remediar es la pérdida de vidas humanas, el dolor de las familias, y la mancha que ahora pesa sobre la imagen de una institución naval reconocida a nivel mundial. Si el Buque Cuauhtémoc representa el rostro internacional de México, esta tragedia afecta no solo a quienes iban a bordo, sino también a la credibilidad y reputación del país ante el mundo.

 

La presidenta Claudia Sheinbaum expresó su solidaridad con las víctimas, gesto que, si bien es necesario, no puede sustituir la exigencia de respuestas claras, investigaciones independientes y medidas contundentes. El almirante Raymundo Pedro Morales Ángeles, actual jefe del Estado Mayor General de la Armada, brindó declaraciones para contextualizar los hechos, pero sus palabras no bastan frente a la indignación social.

 

El Buque Cuauhtémoc merece homenajes y lamentos, pero también merece que se actúe con responsabilidad y transparencia. Y, sobre todo, merece que las futuras generaciones de cadetes puedan navegar con seguridad, sabiendo que las lecciones del pasado no se olvidaron, sino que se convirtieron en cimientos de un mejor mañana.


En conclusión, esta tragedia nos deja una lección clara: la seguridad marítima exige una responsabilidad compartida y una coordinación efectiva entre autoridades de distintas jurisdicciones. La pérdida de América y Adal, así como las lesiones sufridas por varios cadetes que resultaron heridos durante el impacto, no pueden tratarse como hechos aislados. Es un llamado urgente a fortalecer la cooperación internacional y garantizar que todas las embarcaciones —especialmente aquellas que representan a una nación— cuenten con protocolos rigurosos y condiciones óptimas para operar con seguridad.

 

La pérdida de vidas humanas siempre será una herida difícil de sanar, pero también puede convertirse en un motor para el cambio si se aborda con sensibilidad, transparencia y voluntad de mejora. Honrar la memoria de los dos jóvenes fallecidos implica mucho más que rendir homenajes: implica trabajar para que su historia no se repita, para que cada cadete y marino que suba a bordo del Cuauhtémoc lo haga con la confianza de que su seguridad es una prioridad.


Que esta tragedia nos recuerde que la seguridad en el mar es una responsabilidad compartida entre naciones, y que el respeto por la vida debe estar por encima de cualquier fallo técnico o burocrático. Solo así podremos transformar el dolor en aprendizaje y el recuerdo en compromiso.

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